Yo no...
- Justine Hernández
- 7 dic 2021
- 2 Min. de lectura

Ella casi siempre está en casa, yo apenas puedo me salgo a la calle, me siento en cualquier banqueta con un libro y dejo que transcurra el tiempo, o como tú dices, me invento cosas, personas, situaciones para estar afuera.
Ella no.
Ella se queda en casa, a esperarte.
Yo no espero, yo hago planes contigo, anoto tus iniciales en mi agenda, nos hago un tiempo, pero nunca sabes si vas a encontrarme cuando regreses.
Ella es experta en las tareas domésticas, cocina a la perfección, las recetas ancestrales de tu madre y es capaz de acomodar con orden camisas y vestidos en el closet por colores, estilos o temporadas. Yo no. Yo apenas puedo cocinar una sopa sencilla de champiñones hervidos, sobrevivo con pan, queso y vino y en mi alacena puedes encontrar igual una lata de verduras, una bufanda o una nota con un poema que me surgió en la cabeza, mientras lavaba los platos. Mi casa es un desastre, los libros se desparraman por la alfombra y los zapatos revueltos en una caja bajo la cama, buscan desesperados el par que les corresponde. En mi casa tu siempre tienes hambre, hambre y unas ganas incontrolables por ponerle orden a mis cajones que te desesperan.
Ella no lee cosas que no sean adecuadas, en su mesita de noche, los libros, en orden alfabético tienen un propósito definido: “aprender a meditar en cinco pasos”, “diseñar una alimentación adecuada”, “encontrarle sentido a la vida”, “invertir fácilmente en la bolsa de valores”. Yo leo lo que cae en mis manos, cuentos eróticos, plaquets de autores desconocidos, largos volúmenes de poetas suicidas, novelas interminables, las etiquetas de los productos de limpieza o las instrucciones para armar muebles prefabricados. Tú te cansaste de buscar un libro para mí, me dijiste que preferías que te hiciera una lista de títulos y autores para hacerme un regalo.
Ella lo sabe todo, tiene frescas en la memoria tus andanzas de juventud, conoce a todos tus amigos, (quizá por eso a mi nunca me llevas con ellos), sabe exactamente el punto de sal que te gusta en la comida, los sobrenombres de todos tus sobrinos, el orden en el que se cocina y sirve la cena de navidad en casa de tus padres, las claves de tus cuentas de cheques, las fechas en la debe revisarse el auto, renovar el pasaporte, pagar la hipoteca. Yo no, yo solo se de tu espalda y de tu boca, de la manera ridícula que tienes de ajustarte continuamente el reloj y de tu manía persistente de dar golpecitos en la mesa, mientras esperas a que sirvan el vino. Yo solo conozco la textura de tus manos, la dirección en la que se acomodan los tres remolinos de pelo que tienes en la cabeza, la osa mayor que se forma con los lunares de tu muslo izquierdo, la profundidad de tu voz cuando cantas un tango y el ritmo constante en el que tu respiración aumenta sutilmente, en relación directamente proporcional a tu temperatura.
Ella tiene todas las certezas, rutinas y tradiciones.
Yo tengo todas las posibilidades, inconsistencias y ambigüedades.
Tú, tú no tienes nada, solo tienes la duda incontestable, la dualidad evidente y el miedo a la decisión inminente.
Justine Hernández
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