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Hogar

  • Foto del escritor: Justine Hernández
    Justine Hernández
  • 16 nov 2021
  • 3 Min. de lectura


Después de caminar durante dos días finalmente encontró un espacio que se adaptaba a los requerimientos, incluso los excedían. Los rayos del sol no alcanzaban a tocar las esquinas, las paredes cubiertas de moho de antaño proporcionaban una superficie óptima para la construcción. Estaba decidida, este era el lugar. A pesar de sentir las patas sin fuerzas y de haber perdido unos cuantos pelos en la búsqueda, la mezcla de emociones que le recorrían todo el cuerpo, llenaba de inquietud sus pensamientos. Este era un nuevo capítulo en su vida, pondría todo su empeño en construir un nido sin igual para los miles de huevos que llevaba adentro.


Esbozó una sonrisa cuando recordó a su compañero, sus cuatro ojos la habían perseguido durante la primera semana de la primavera y supo que era el indicado, cuando lo vio levantado en su tercer par de patas vibrando intensamente solo para en ella. Después del baile le había entregado una mosca verde con azul envuelta en seda, pero lo que más había causado su sorpresa era el sabor que le había dejado en la boca y la tranquilidad con la que él había cedido a su hambre. Ni siquiera fue necesario desperdiciar veneno.


Había pensado varias veces en el diseño sin decidirse aún, aunque se inclinaba más por una forma espiral, era simétrica, tenía más estructura y resistencia, pero también las formas de embudo o de hoja tenían sus ventajas. Eso sí, no sería ni paralela al piso, ni paralela a la pared, buscaría un ángulo intermedio que permitiera la recepción constante de alimento y el resguardo para sus crías.


Durmió sin alteraciones dos horas continuas, había comido una polilla antes de la siesta y eso le había dado proteínas para comenzar su trabajo. Un ruido que provenía de la calle la sacó de su sueño, se espabiló estirando las patas una a una y se miró el vientre, las glándulas anticipándose sin que ella lo notara, habían empezado el proceso de biosintetización. Comenzó sin premura, un largo hilo más fuerte que el aceró comenzó a fluir de sus entrañas hacia la espinereta. Sus ocho patas con sincronía innata participaban en el proceso, formaban líneas y curvas que se sostenían en los puntos exactos para dar resistencia, se había decidido por un espiral, así que caminaba lateralmente para mantener el ritmo. En algunas intersecciones se detenía para agregar puntadas dobles a modo de adorno. Iba a poner cuatro trampas y una puerta, pero eso ya seria mañana, con esas adiciones podía anticipar un menú constante de moscas, zancudos, mosquitos y con suerte alguna mariposa.


Decidió buscar algo de comer, desde la altura había visto una fila de hormigas que se dirigía rumbo a la ventana, extendió un suave hilo y atravesó por los aires la habitación aterrizando sin contratiempos sobre el piso. En solo unos minutos encontró a una de ellas que además llevaba un ala de avispa que le vino muy bien como postre. Miró hacia arriba para ver su obra casi completada, pero el extremo derecho, necesitaba algo de trabajo, había perdido la simetría. Mañana lo comería a modo de desayuno, reconstruiría esa parte y comenzaría a preparar el nido. Buscaba la perfección y aunque eso requería tiempo, faltaban aun tres días para que comenzará la magia, sus ninfas, a las cuales ya amaba, encontrarían una telaraña construida especialmente para ellas, no pudo evitar entonces una amplia sonrisa, estaba expectante de verlas eclosionar.

Justine Hernández


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